El alto coste del desperdicio de alimentos

El alto coste del desperdicio de alimentos

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que lleva la cuenta de lo que se produce y consume en el planeta, calcula que cada año una tercera parte de la producción mundial de alimentos para consumo humano se pierde o desperdicia.
Todo esto significa 1.300 millones de toneladas anuales, suficientes para alimentar a 3.000 millones de personas.




Los países industrializados pierden más comida en las fases de comercialización y consumo, mientras que en las naciones en vías de desarrollo la mayor parte de las pérdidas tiene lugar en las fases de producción, pos cosecha y procesado.

Se desperdician calorías en los restaurantes que sirven raciones desproporcionadas u opíparos bufés, cuyos empleados tiran todo a la basura en cuanto llega la hora de cerrar, aunque no haya estado ni cinco minutos en el mostrador. Los comercios de alimentación estadounidenses dejan de vender 19 millones de toneladas de comida al año, aunque hacen lo posible para que no se sepa. Los encargados adquieren por sistema más mercancía de la necesaria, por miedo a quedarse sin existencias de algún producto en concreto.

Los consumidores también tenemos nuestra parte de culpa: compramos de más porque en cada esquina tenemos la posibilidad de adquirir comida relativamente barata y presentada en envases seductores.
Da lo mismo dónde se produzca el desperdicio alimentario: cada plato de comida desaprovechado es un plato que no nutrirá a nadie. Una familia estadounidense de cuatro miembros desecha un promedio de 1.000 euros al año en comida.

Es evidente que cuantos más yogures desechen los consumidores al leer la fecha de consumo preferente, más yogures nuevos se venderán. Para los supermercados, quizá tenga más sentido tirar al contenedor el excedente de manzanas que rebajar su precio, ya que eso minaría las ventas de las no rebajadas. Por no quedarse cortos en sus contratos con los supermercados, los grandes productores comerciales plantan por norma general alrededor de un 10 % más de lo necesario.

Si hay algo positivo en las escandalosas cifras del desperdicio de alimentos a escala mundial es que ofrecen infinitas oportunidades de mejorar. Por poner un ejemplo, en los países en vías de desarrollo hay organizaciones de cooperación que proporcionan a los pequeños agricultores recipientes de almacenaje y sacos multicapa para el grano, herramientas de desecado y conservación de frutas y verduras, así como equipos sencillos para refrigerar y envasar los productos. Todo ello se traduce en una reducción de pérdidas que en el caso de los tomates afganos, por ejemplo, oscila entre el 50 y el 5 %.

En Estados Unidos, el interés de los medios, las autoridades y los grupos ecologistas por el fenómeno del despilfarro de comida ha llevado a un número creciente de restaurantes a implantar sistemas de medición de lo que desechan, el paso primero y fundamental hacia la reducción del desperdicio alimentario. En otros países, algunos restaurantes incluso han ensayado medidas como prohibir a los clientes dejar comida en el plato o cobrarles una penalización.

Tener comida de sobra podría parecer un problema maravilloso propio del Primer Mundo, pero colmar las cornucopias de una superabundancia que desde el principio se sabe está destinada al vertedero es algo que el mundo no puede soportar un minuto más. Es demasiado caro y está destruyendo el planeta mientras millones de personas pasan hambre. «El desperdicio de comida es un problema ridículo –reconoce Nick Nuttall, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente–, pero todo el mundo adora los problemas ridículos porque saben que pueden hacer algo al respecto.»

URL 
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/9342/alto_coste_del_desperdicio_alimentos.html#gallery-3 


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